Al “tomellosero” Ángel Bernao Berruguete, por su amor a nuestro pueblo y sus cuevas. Poema que esta incluído en su libro: "Historia de una ciudad: Las Cuevas de Tomelloso"
A raudales entra la luz por la lumbrera,
-pespunte entrelazado de los hierros-
bajando hasta la costra subterránea.
Recorre el sol rincones y paredes
donde ayer el vino crepitaba saltando
con su brío hasta romper la tinaja
de barro y reventarla. El tiempo
detenido es nostalgia de empotres.
Limita el tiempo su orfandad llenando
de sombras lo vivido. El silencio recuerda
a viejos labradores, a mujeres encalando
la cueva… Y a los niños
jugando con la tierra.
Languidece el recuerdo del vino en los pocillos
donde todavía hule a orujo. El corazón mira
el espacio con tristeza mientras un llanto
subterráneo riega la silenciosa cueva.
Cavaron y ahondaron las entrañas, los brazos
sin descanso ni respiro. Pasión de pobladores
de tesón y entrega hasta sacar provecho
de lo que otros despreciaban.
De la tierra amarilla y polvorienta hicieron
despensa y bodega, y sin ellos saberlo
en sus paredes escribieron su Historia.
Tribu sin procedencia de linajes
hicieron crecer a Tomelloso.
Venimos del pasado sin valorar
lo que nos dieron. Si nuestro blasón
es el trabajo, si de él procedemos y existimos,
si el orgullo de un pueblo son sus cuevas
y de ellas las señas de identidad tenemos…
¿Por qué las destruimos? Nos falta el valor
de los mayores y el empuje callado de aquellas
matriarca que parieron a la sombra de la cueva,
del cuarto con techo de carrizo y piso de tierra
encalada. Mujeres de escarcha y de granizo
en los inviernos, y sol entre surcos de siega
abrasadora en la calima
inmisericorde del verano.
Nos falta su coraje, su espíritu
indómito, áspero y duro similar a la tosca
taladrada. Nos hemos sabido detener
el tiempo, reforzar los cimientos que nos dieron
los bravos picadores que, en los temporales
dejaban la tijera de podar y arañaban
la costra de la tierra. La tierra
que sacaban las terreras tirando de maroma
y espuerta. Mujeres valerosas,
amazonas manchegas que no se doblegaron
jamás ante el trabajo. Así nació la cueva
vinatera en Tomelloso,
umbilical y única.
Desmesura de lumbre sin yesca, con el goce
de socavar el infierno de lo negro y apresar
al sol para meterlo a iluminar la cueva.
Sabiduría que canta en las lumbreras, cuando
a tientas, el sol se interna y besa la tinaja
polvorienta. He oído el llanto de las cuevas,
su subterráneo gemir lacerado de olvido
y su fuerza telúrica en mi sangre.
La casa, su costillar tapial, guarda palabras.
Toscas y recias frases que sin gritos
claman al humus de la tierra que alguien
defienda el patrimonio ancestral
de nuestras cuevas.
Alegoría inacabable de penumbra,
son hoy las bodegas-cuevas. Silencio gris,
telaraña de ausencia, degüello de recuerdos,
herrumbre que emanan maltratadas lumbreras.
Nos quedan cuevas con roces de quebranto
en Tomelloso, y es posible que mañana,
su búsqueda sea metáfora de un libro:
Al menos sabrán gracias al libro,
que existieron.
Natividad Cepeda