En cada nueva biografía de Cervantes que se publica busco el capítulo donde su autor describe dónde y cuándo, e incluso con quién, el autor del Quijote recibe los conocimientos de lectura, escritura y otras artes.
Mantengo, que el «caro y amado discípulo» del maestro Juan López de Hoyos no es el Miguel de Cervantes nacido en Alcalá de Henares y bautizado en la parroquia de Santa María la Mayor el 9 de octubre de 1547, sencillamente porque este Cervantes con casi veintiún años no pudo ser discípulo del maestro López de Hoyos en el Estudio de la Villa de Madrid en 1568.
La anterior biografía consultada fue Cervantes,de Santiago Muñoz Molina, publicada en 2022, en la que despacha esta parte importante de la vida de Cervantes con este breve párrafo:
Aprende de niño en la escuela de López de Hoyos. Permanece solo unos cuantos meses y no ha sido concretado si como alumno o, dado que Cervantes ya pasaba de los veinte años y su edad desentonaría con la de los demás estudiantes, más jóvenes, tal vez como colaborador del maestro.
Muñoz Molina pasa de puntillas sobre este más que espinoso asunto cervantino. Para Muñoz Molina, al principio de su etapa escolar con López de Hoyos Cervantes es un «niño» y «solo unos cuantos meses… ya pasaba de los veinte años». En un alarde de imaginación, casi sin precedentes en las biografías cervantinas, justifica esta relación con el maestro López de Hoyos de «tal vez como colaborador».
Hasta hoy, no hay documentos que certifiquen dónde y cuándo Cervantes se sentó en el pupitre de una escuela o estudio preuniversitario. Sí disponemos de un documento, publicado en 1569, con el título Historia y relación verdadera de la enfermedad felicísimo transito, y sumptuosas exequias fúnebres de la Serenisima Reyna de España doña Isabel de Valois nuestra señora, escrito por Juan López de Hoyos, catedrático del Estudio de la Villa madrileña, donde sí aparece Miguel de Cervantes.
El año anterior de 1568 fue convulso para la Monarquía Hispánica y especialmente para la villa de Madrid. Hacía siete años que la Corte se había trasladado a Madrid desde la imperial Toledo, y entre acomodos de todo tipo de personajes que la integraban y nuevos vecinos llegados de toda España para trabajar en ella, la villa estaba patas arriba entre demoliciones de casas y construcción de nuevas, problemas de higiene y salubridad en sus plazas y calles… Y en este trajín se muere el príncipe Carlos en las últimas horas del 24 de julio. Entre el entierro del príncipe en el convento de Santo Domingo el Real, sus exequias oficiales con procesiones, misas y responsos, y las ofrecidas después por el ayuntamiento de la Villa, con más procesiones, misas y responsos, Madrid no entró en cierta normalidad hasta finales del mes de agosto. Normalidad rota incesantemente por el ir y venir de carrozas y carruajes con embajadores de todo el mundo para dar el pésame al rey.
Para las exequias municipales del príncipe, el ayuntamiento concertó con el maestro López de Hoyos, era funcionario municipal desde enero de ese mismo año que fue nombrado catedrático del Estudio de la Villa, para que su institución preparase las alegorías, jeroglíficos y epitafios necesarios para ilustrar los lienzos que colgarían en el convento de Santo Domingo el Real mientras estas se estaban celebrando.
López de Hoyos pone a trabajar el ingenio de sus alumnos más aventajados nada más conocer el interés del ayuntamiento por que sea su Estudio el que se encargue de la parte artística en las honras por la muerte del príncipe Carlos. En su Relación de la muerte y honras fúnebres del SS. Príncipe D.Carlos, al final, orgulloso del trabajo de sus discípulos, así lo anota: «…de lo sobredicho en nuestro estudio los estudiantes hicieron muchas oraciones fúnebres, stancias y sonetos muy buenos con que dieron muestra de sus habilidades. Confío en el señor nos ayudará con su divino favor y gracia, para que ellos se vayan mejorando de virtud en virtud, y yo acierte en su buena instrucción de ciencia y costumbres». En esta Relación, el maestro López de Hoyos, aunque reconoce las habilidades de sus alumnos no nombra a ninguno de ellos.
Pero el sosiego, si es que en Madrid alguna vez lo hubo, duró bien poco. Casi no habían recogido los lutos oficiales cuando, el 3 de octubre, la reina Isabel de Valois, esposa de Felipe II, fallece durante el parto prematuro de una niña. Y Madrid se vuelve a alterar de nuevo. Solo el clamoreo de las campanas llamando a muerto, de las más de setenta iglesias y conventos de la villa, rompe el silencio por su joven querida reina.
De la misma manera que con las exequias del príncipe, el ayuntamiento encargó a López de Hoyos que su Estudio preparase las alegorías, jeroglíficos, sonetos y epitafios necesarios para ilustrar los lienzos que colgarían en las paredes y columnas alrededor del túmulo preparado para la reina en el convento de las Descalzas Reales.
En este documento, el maestro está orgulloso de nuevo del trabajo de sus alumnos: «En torno al túmulo hubo todas estas letras, que de más de los ejercicios en latín que en el estudio hicieron nuestros discípulos, también compusieron en metro Castellano, y dedicado todo este tan maravilloso espectáculo, a la serenísima Reina, el ilustre ayuntamiento desta villa de Madrid». Y, ahora sí, nombra a uno de ellos, a su discípulo Miguel de Cervantes en tres ocasiones explícitamente y otra más implícitamente:
Estas cuatro redondillas castellanas, a la muerte de Su Majestad, en las cuales como en ellas parece, se usa de colores retóricos y en la última se habla con su Majestad, son con una elegía que aquí va de Miguel de Cervantes, nuestro caro y amado discípulo. (fol. 147 v)
Tabla: «Epitafios. 1. Primer epitafio en soneto con una copla Castellana que hizo Miguel de Cervantes mi amado discípulo.»
Tabla: «Elegía de Miguel de Cervantes en verso Castellano al Cardenal en la muerte de la Reyna, trátense en ella cosas harto curiosas con delicados conceptos.»
Es significativo advertir el cariño con el que el maestro trata a su discípulo del Estudio de la Villa como «nuestro caro y amado» y «mi amado discípulo», a la vez que elogia su composición «de colores retóricos», «elegante estilo» o de «delicados conceptos». No queda duda de que el maestro estaba reconociendo ya la genialidad de Miguel de Cervantes.
Todos los biógrafos cervantinos están obligados a tratar de explicar el paso de Cervantes por el Estudio de la Villa, al menos entre enero de 1568, cuando es nombrado catedrático de la institución el maestro López de Hoyos, y octubre del mismo año cuando muere la reina Isabel. Al Estudio de la Villa acudían los muchachos que ya sabían leer y escribir, con una edad de entre ocho a diez años, para formarse durante seis años en los conceptos de la Gramática, dejando la institución madrileña entre los quince o dieciséis años de edad preparados para ingresar en la universidad.
Obviamente, los biógrafos echan cuentas y tienen que encajar en un pequeño pupitre de madera a un hombre de casi veintiún años. ¿Y si fuese otro niño con el mismo nombre del alcalaíno quien estuviese sentado en ese pupitre? Ninguno de los biógrafos se lo han planteado, o al menos si lo han hecho no lo han plasmado en el papel, ¿cómo van a pasar por alto un documento en el que aparece un Miguel de Cervantes elogiado por sus composiciones por el mismísimo maestro López de Hoyos? Y de una manera u otra hacen sentarse al alcalaíno en el Estudio de la Villa.
Hace unos días, a finales de enero, el catedrático polaco Krzysztof Sliwa ha sacado a la luz su Vida de Miguel de Cervantes Saavedra. El autor afirma que: « … esta biografía, más completa, homogénea y vasta, en proporción con la fidelidad documental y la ordenación cronológica, retrata de cabo a rabo la construcción de la naturaleza auténtica y la historia de las hazañas del rey de la literatura española, y de sus familiares por medio del método estrictamente científico, descubridor y sistemático. Centraliza por primera vez en lo verificable y no en lo verosímil, en el escudriñamiento sumamente directo, riguroso y serio del vasto tesoro de los 4.350 documentos atestiguados hasta el presente…».
Después de leer su Introducción, busco en esta voluminosa y documentada biografía cervantina a Miguel de Cervantes de estudiante.
Miguel de Cervantes en Córdoba, de los seis a los diez años:
«A los seis años, Miguel se encontró instalado en Córdoba, donde el 30 de octubre de 1553 su padre rubricó la escritura de obligación a favor del mercader Alonso Rodríguez…»
«Se desconoce en qué escuela aprendió Miguel a leer, escribir y contar hasta la muerte de su abuela paterna, acontecida tras el 10 de marzo de 1557, aunque sabemos que asistió a la escuela primaria del licenciado clérigo Alonso de Vieras, hijo de Gonzalo de Cervantes y de Beatriz de Vieras, hermano de Alejo de Cervantes y padre de Gonzalo Cervantes Saavedra y Alonso de Cervantes Sotomayor, residente en el barrio de Castellanos.»
De igual manera, resulta plausible que fuera alumno del colegio de Santa Catalina, de Córdoba, fundado el 25 de septiembre de 1553, el cual tenía dos cátedras de Teología especulativa, una de Moral, otra de Sagrada Escritura, otra de Filosofía y cuatro de Humanidades.
Miguel de Cervantes entre los diez y diez y siete años en Cabra:
«A mal dar. Es dejada al lado la adolescencia documental de Miguel durante siete años (de los diez a los diecisiete, 1557-1564), así como las actividades profesionales desarrolladas por el médico cirujano Rodrigo y su domicilio.»
Toda la familia Cervantes-Cortinas: «De todas maneras, se da por supuesto que se hospedó temporalmente en Cabra, de 1557 a 1564, junto con su hermano el «magnífico señor» Andrés y, hasta la fecha, no ha llegado ningún dato que lo contradiga».
Miguel de Cervantes con diecisiete años en Sevilla:
«Cuando Miguel contaba diecisiete años, el 30 de octubre de 1564 Rodrigo trasladó su residencia a la capital andaluza, la ciudad más citada en el Quijote…»
«En cualquier caso, retomando la formación de Miguel durante su juventud, no se conserva información fiable que dilucide si asistía a alguna escuela o si era «aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles«…»
«Resulta verosímil que adelantara sus estudios de gramática y retórica en el colegio jesuita de San Hermenegildo, pues este abrió tres nuevas clases: de gramática en 1561, de retórica en 1563 y de filosofía en 1564. Tampoco se excluye la posibilidad de que asistiera al colegio más antiguo de Sevilla, el de San Miguel, donde se educaba a los jóvenes en lengua latina, letras humanas, artes liberales, filosofía, religión, música y canto gregoriano, y al colegio universitario de Santo Tomás, donde había facultades de Artes y Teología».
Miguel de Cervantes con dieciocho años en Madrid, estamos ya en 1565:
«Miguel, de casi dieciocho años, ya estaba en Madrid, y es posible que en mayo conociera al maestre de campo Álvaro de Sande (1489-1573), muy buen amigo de su padre…»
«Tampoco cabe ninguna duda de que Miguel podría haber continuado su educación con tutores privados y oyendo en su cátedra a Juan López de Hoyos, vicario de la parroquia madrileña de san Andrés y seguidor del filósofo y teólogo neerlandés Geert Geertsen (1466-1536), y quien, con toda seguridad, introdujo algunas ideas progresistas y liberales de Erasmo de Róterdam.»
«… En cualquier caso, se desconoce cuándo llegó a ser Cervantes alumno de Juan López de Hoyos, elegido, el 12 de enero de 1568, rector de Gramática del Estudio de la Villa, radicado en la calle del Petril de los Consejos e instituido por el rey Alfonso XI en 1346, quien lo preparaba para el ingreso en la universidad. Igualmente, se omite qué materias le enseñaba Juan y por qué Miguel nunca aludió al cronista madrileño en sus obras.
Pero el alcalaíno, entre enero de 1568 que López de Hoyos se hizo cargo del Estudio y octubre que la reina Isabel muere, no estaba en Madrid.
Según el propio Sliwa: «a principios de 1567 Miguel decidió acompañar al ejército del III duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel… De cualquier manera, el 17 de abril Miguel partió con su hermano Rodrigo al puerto cartagenero… y de esta forma, Miguel, de diecinueve años, y Rodrigo, de dieciséis, llegaron a la ciudad portuaria, donde se encontraba el almirante genovés Juan Andrea Doria (1539-1606), general de la escuadra de las galeras de Génova, con treinta y siete galeras y quince banderas de infantería española de bisoños (en Tarragona se embarcarían dos más) que se había mandado levantar para izar en los presidios y guarniciones de donde salían los tercios viejos de Cerdeña, Lombardía, Nápoles y Sicilia, …»
«Retomando el hilo, el 10 de mayo de 1567, en Cartagena, Miguel se embarcó con el duque de Hierro en su armada de 10.500 hombres (8.800 a pie y 1.250 a caballo), un total de diez compañías de veteranos y diecisiete de bisoños en las galeras de Juan Andrea Doria. Dejaron trece compañías de bisoños en los presidios italianos, antes de dirigirse a Flandes por la ruta militar del Camino Español desde Italia, y entraron en Bruselas el 22 de agosto de 1567.»
«Hasta la actualidad no se ha rebuscado, a fondo, en los registros de soldada de los ejércitos de Felipe II para averiguar la fecha exacta de alistamiento de Miguel y Rodrigo, no obstante, soy de la opinión de que Miguel y Rodrigo se enrolaron primero como soldados de ocasión, y más adelante, a su regreso de Flandes a Madrid, hacia finales de 1568 o principios de 1569, como oficiales soldados en la compañía del capitán granadino Lope de Figueroa y Barradas, del tercio viejo de Sicilia, bajo el mando del sargento mayor general del ejército Julián Romero de Ibarrola (1518-1577)»
Si el alcalaíno Miguel de Cervantes vuelve a poner un pie en Madrid «hacia finales de 1568 o principios de 1569» no pudo participar en los trabajos que los discípulos del maestro López de Hoyos compusieron para las exequias de la reina Isabel, lógicamente menos aún en las del príncipe Carlos.
Sliwa encaja al alcalaíno con el maestro López de Hoyos, desde que regresa a Madrid desde Sevilla, en 1565, «quien lo preparaba para el ingreso en la universidad. Igualmente, se omite qué materias le enseñaba Juan y por qué Miguel nunca aludió al cronista madrileño en sus obras», hasta que decide marcharse al ejército con su hermano en 1567 «lo que sin duda no fue del agrado de su profesor, motivo por el cual quizá no participara en el entierro de este el 28 de junio de 1583». Para Sliwa, el alcalaíno, entre los dieciocho y veinte años, estuvo formándose para su ingreso a la universidad hasta que se alistó al ejército con su hermano Rodrigo.
Me surgen unas consideraciones y algunas preguntas:
– El alcalaíno se marcha al ejército a principios de 1567, con destino Italia y Flandes, regresando a finales de 1568 o principios de 1569.
– Juan López de Hoyos se hace cargo en enero de 1568 del Estudio de la Villa.
– La reina Isabel muere el 3 de octubre de 1568. En sus exequias, pocos días después, un alumno del Estudio de la Villa, de nombre Miguel de Cervantes, tiene escritas unas composiciones muy celebradas por su maestro.
– En 1578, Rodrigo Cervantes, su padre, solicita una información ante un alcalde de corte en Madrid, para probar que su hijo Miguel, cautivo en Argel, no podrá hacer frente al rescate pedido: «… que a Miguel de Cervantes mi hijo al presente está cautivo en Argel y a mí como su padre conviene averiguar y probar como el Miguel de Cervantes mi hijo ha servido a su Majestad de diez años a esta parte…» Por tanto el alcalaíno ya estaba en 1568 en el ejército español.
– En el memorial solicitando un puesto vacante en América, que el propio alcalaíno redacta en 1590, exponiendo sus méritos y servicios a la Corona afirma «que a servido de 22 años a esta parte». Confirmándose que, aunque partiese en abril de 1567 con su hermano Rodrigo en una galera desde el puerto de Cartagena, en 1568 estaba sirviendo oficialmente en el ejército.
Aún siendo posible que el alcalaíno Miguel de Cervantes y el maestro Juan López de Hoyos coincidieran en Madrid entre 1565 y principios de 1567, lo que parece fuera de toda duda, con los documentos que hoy disponemos, es que no estaba sentado el alcalaíno en uno de los pupitres del Estudio de la Villa en octubre de 1568 como alumno, escribiendo sus composiciones a la muerte de la reina.
Pocas dudas me quedan ya de que, en el Estudio de la Villa, en el año 1568, bajo la atenta mirada de Juan López de Hoyos, había sentado en un pupitre otro Miguel de Cervantes, mientras el alcalaíno, vestido de soldado, caminaba por el Camino Español de Bruselas a Milán.
Entonces, ¿quién es el Miguel de Cervantes, el «caro y amado discípulo del maestro Juan López de Hoyos en el Estudio de la Villa de Madrid?, ¿por qué no hay documentación de este muchacho, entre los ocho y quince años, homónimo del alcalaíno?
Sliwa anota de que «es triste decirlo, pero hay multitud de documentos que han desaparecido: unos 500 según mi recuento, empero hay más; datos que habían de buscarse porque consta que existieron y ninguno de ellos se ha localizado. Pero ¿dónde están estos documentos?, ¿por qué no se han encontrado?, ¿quién los ha destruido; y si es así, ¿por qué?»
Desafiantes y certeras preguntas de Krzysztof Sliwa que, de momento, no tienen respuesta.
Termino, reconociendo el gran valor que esta biografía, que tengo en mis manos, tendrá en el futuro, como el mismo Sliwa lo anota: «Este estudio no solo da pie a la base para todas las biografías documentales subsiguientes y reflexiona acerca de la complejidad del campo y de las obligaciones personales y profesionales referentes a la investigación cualitativa, sino que también es la biografía más documentada que se interrelaciona y se complementa con los nuevos datos cervantinos acreditados, a menudo, dejados en el tintero ―a propósito― por lo eruditos, siendo a su vez, la más cómplice, exacta y precisa que he redactado hasta la fecha».
Luis Miguel Román Alhambra
Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan