A raudales entra la luz por la lumbrera,
-pespunte entrelazado de los hierros-
bajando hasta la costra subterránea.
Recorre el sol rincones y paredes
donde ayer el vino crepitaba saltando
con su brío hasta romper la tinaja
de barro y reventarla.
El tiempo detenido es nostalgia
de empotres. Limita el tiempo
su orfandad llenando de sombras lo vivido.
El silencio recuerda
a viejos labradores, a mujeres encalando
la cueva… Y a los niños
jugando con la tierra.
Languidece el recuerdo del vino en los pocillos
donde todavía hule a orujo.
El corazón mira
el espacio con tristeza mientras un llanto
subterráneo riega la silenciosa cueva.
Cavaron y ahondaron las entrañas
los brazos sin descanso ni respiro.
Pasión de pobladores
de tesón y entrega hasta sacar provecho
de lo que otros despreciaban.
De la tierra amarilla y polvorienta
hicieron despensa, bodega,
y sin ellos saberlo
en sus paredes escribieron su Historia.
Tribu sin procedencia de linajes
hicieron crecer a Tomelloso.
Venimos del pasado sin valorar
lo que nos dieron.
Si nuestro blasón es el trabajo,
si de él procedemos y existimos…
si el orgullo de un pueblo son sus cuevas
y de ellas las señas de identidad tenemos…
¿por qué las destruimos?
Nos falta el valor de los mayores
y el empuje callado
de aquellas matriarcas que parieron
a la sombra de la cueva,
del cuarto con techo de carrizo
y piso de tierra encalada.
Mujeres de escarcha y de granizo
en los inviernos, y sol entre surcos
de siega abrasadora en la calima
inmisericorde del verano.
Nos falta su coraje, su espíritu
indómito, áspero y duro
similar a la tosca taladrada.
Nos hemos sabido detener el tiempo,
reforzar los cimientos que nos dieron
los bravos picadores,
aquellos, que en los temporales dejaban
la tijera de podar, y arrancaban
la costra de la tierra.
La tierra que sacaban
las terreras tirando de maroma
y espuerta. Mujeres valerosas.
Amazonas manchegas que no se doblegaron
jamás ante el trabajo.
Así nació la cueva vinatera en Tomelloso,
umbilical y única.
Desmesura de lumbre sin yesca, con el goce
de socavar el infierno de lo negro y apresar
al sol para meterlo a iluminar la cueva.
Sabiduría que canta en las lumbreras,
cuando a tientas, el sol se interna
y besa la tinaja polvorienta.
He oído el llanto
de las cuevas, su subterráneo gemir
lacerado de olvido y su fuerza
telúrica en mi sangre.
La casa,
su costillar tapial, guarda palabras;
toscas y recias frases que sin gritos
claman al humus de la tierra
que alguien defienda el patrimonio
ancestral de nuestras cuevas.
Alegoría inacabable de penumbra,
son hoy las bodegas-cuevas.
Silencio gris,
telaraña de ausencia, degüello de recuerdos.
Herrumbre que emanan maltratadas lumbreras.
Nos quedan cuevas con roces de quebranto
en Tomelloso, y es posible,
que mañana su búsqueda sea metáfora de un libro:
Al menos sabrán, gracias al libro escrito,
por Ángel Bernao,
que existieron.
Natividad Cepeda