Dos tomelloseras salían de sus respectivas casas y al cruzarse en la calle se saludaron y empezaron una conversación que se mantuvo más o menos en los siguientes términos:
- “¡Vaya!, ¡Qué prisa llevas! Vas muy acelerada - dijo una de ellas.
- No lo sabes bien, todavía no he hecho la compra, tengo que recoger a la nieta y además mi suegra está en casa y las camas sin hacer ¿Qué te parece? Como para no tener prisa - comentó la segunda mujer con voz entrecortada.
- Venga mujer, no será para tanto, que al final todo se soluciona. No te creas que yo también tengo lo mío. He tenido que salir de prisa y corriendo, porque me he acordado que tengo que ir a casa de mi madre a ayudarla a limpiar la habitación que ya hace tiempo que no la ayudo. Además estamos de obras en casa y no veas lo que arman los albañiles, así que te puedes imaginar el lío que tengo entre unas cosas y otras - activando la conversación.
- Pues, chica, qué quieres que te diga, a mí me pasa lo mismo. No tengo tiempo ni para mi aseo personal y mucho menos para asistir a las reuniones del grupo, que de verdad las echo en falta, pero perdonarme, no puedo asistir - dijo, como lamentándose.
- Bueno, pues ¡hala! que llevo prisa, me voy a hacer algunas compras para la comida y de paso me acerco a la farmacia para los medicamentos de mi suegro. Por cierto, ¿cómo está tu padre? - preguntó casi cuando se marchaba.
- Pues qué quieres que te diga, los últimos meses parece que se encontraba mejor, pero últimamente lleva una racha que está insoportable y como podrás comprender Anselmo, que es su hijo y mi hermano, tampoco se preocupa mucho, así que me toca a mí hacer todo los quehaceres y aunque el hombre no da mucha guerra, hay que estar pendiente de sus movimientos, porque entre la garrota y que está medio ciego pues te puedes imaginar el trabajo que lleva - dijo suspirando.
- Sí, sí llevas razón. A mi madre le pasa lo mismo, lleva también una temporada que no hay quien la aguante, no hace nada más que hablar y pedirme cosas y en cuanto no me ve se levanta para buscarme y llamarme por toda la casa. Yo la he dicho que salga a dar un paseo, porque la verdad es que de las piernas está muy bien, pero no sé qué la pasa que me da la paliza y no quiere salir fuera—dijo exasperada.
- Pues no es por nada, pero peor lo tiene nuestra amiga Julia, el otro día se cayó su madre por la escalera y ahora la están operando y poniéndole una pieza nueva en el costado y todos los días tiene que ir al hospital y su marido está fuera. Menos mal que su hija Elisa ha pedido unos días de permiso y la está ayudando - continuando la conversación con sensación de querer irse, pero sin hacerlo.
- ¡Qué me dices! Pero…, ¿no lo sabes? - preguntó.
- ¿Qué es lo que no sé? - preguntó intrigada.
- Pues por los comentarios que andan por ahí que el marido se ha liado con una pelindrusca y no parece que tiene muchas intenciones de volver a casa—con cierto aire de triunfo.
- Pero si Conrado siempre ha parecido un hombre formal y serio - dijo extrañada.
- Sí, sí, menudo ha salido. Le han visto en el pueblo de su madre, que es donde está trabajando, con una morena alta y parece ser que de procedencia poco recomendable - apostilló.
- Pues vaya con el Conrado; pero, chica, no es de extrañar, hoy en día hay que tener mucho cuidado con los hombres y si no que se lo digan a la Landrusca, que después de cuarenta años de matrimonio el marido la ha dejado por una extranjera veinte años más joven que él -dijo moviendo las manos de arriba abajo.
- Pero…¡Qué dices! Qué sorpresas da la vida y tienes razón es que de los hombres no te puedes fiar, porque andan por ahí sueltas unas cuantas que se aprovechan de los idiotas que son para afanarse de todo lo que pueden - dijo moviendo y rozándose los dos dedos pulgar e índice.
- Y que lo digas, cuentan que la buena moza desde que sale con el Mardones, viste como nunca y que se la ve por el pueblo que parece una dama de sociedad ¡Vaya!, que le está sacando bien los dineros.
- Pues para que vayamos aprendiendo, porque entre las enfermedades, los padres, los nietos y los maridos, estamos perdidas. Qué vida esta, no da ni para suspiros.
- Pues será para nosotras, porque otras que bien viven, chica. Mira la Candorra, desde que enviudó se ha echado a la vida de calle y está metida en varias asociaciones, se apunta a todas las excursiones habidas y por haber. No para en casa y ¡oye! qué menudas prendas de vestir lleva, un ropa todos los días.
- Que sí chica, que sí, que somos tontas, o cambiamos de forma de ser o vamos a terminar viejas y sin haber disfrutado nunca como otras, pero nos comen las obligaciones, las propias y las que cogemos sin necesidad, así que no tenemos solución - agachando la cabeza.
- Bueno, pues nada no puedo entretenerme más, que tengo mucha prisa, ¡ah! y si ves a la Monjica, le dices que mañana la llevaré las prendas que me encargó - haciendo ademán de largarse.
- Pues no podré, primero porque la Monjica se ha ido a su pueblo unos días, porque su padre está muy enfermo y segundo porque ya no vive en la casa de al lado, se han comprado un piso y se han trasladado a vivir - excusándose.
- Pues no lo sabía, pues nada, esperaré a que regrese, ¿y dónde se ha trasladado? - preguntó con mucho interés.
- A los pisos nuevos de la calla de la Armería. Creo que son muy buenos y tienen calefacción de suelo radiante - explicó, siguiendo con la intención de irse.
- Bueno pues adiós que voy a llegar tarde y tengo mucha prisa - dándola dos besos.
- ¡Hala! Pues adiós, y a ver si la próxima vez tenemos más tiempo y ya hablamos más tranquilamente.