La verdad es que no sé si ocurrió en Tomelloso, en otro pueblo, tampoco si no ocurrió y también si llegó a ocurrir alguna vez, pero así me lo comentaron y así lo narro, poniendo un poco de emoción para rodearle de un algo de movimiento a tan alegre y a la vez triste acontecimiento.
Los hechos parece ser que ocurrieron hace muchos años, porque todavía no existía luz eléctrica en el pueblo, o sea, a principio del siglo XX. Pues vayamos a los hechos.
Era verano como los de La Mancha, calor sofocante durante el día y calor también por la noche. Como era costumbre, y sigue siéndolo, por las noches, una vez realizado el acto de cenar, como es habitual e indispensable, la gente se salía a la calle con su correspondiente silla y se juntaban los vecinos en alguna de las puerta de la casa del vecino más próximo. Así lo hizo el personaje de nuestra narración, llamada Pelos Largos entre los vecinos y amigos y que a ella no le importaba, pues verdaderamente era así tener largas melenas desde niña. Se trataba de una mujer hasta cierto punto bien parecida, que había enviudado y que vivía con su madre en una casa de agricultor, que fue su marido, con su correspondiente patio y cochera habilitada.
En la conversación nocturna se hablaba de los acontecimientos del día y de las críticas también del día, donde cada uno exponía sus experiencias determinadas personas, más que sobre determinados hechos. También era costumbre, en la mayoría de los casos, dejar la puerta abierta para refrescar el ambiente y para poder escuchar si alguien de los que estaban dormidos pudiera despertarse: niños, ancianos u otras personas, y aquí entre a la palestra nuestro segundo protagonista, llamado, entre los que le conocían “El Iluminao”, porque era un solterón de mucho cuidado que en estado normal se comportaba como una persona muy callada y comedida, pero en cuento probaba el vino, o mejor dicho, lo consumía, parece que Dios le había dado la gracia que no tenía y cantaba como un loco, esos sí al principio muy bajito, pero según iba aumentando la dosis del venerado vino, la voz se convertía en algo espléndido, casi de virtuoso barítono, con unos cambios de tonos muy de desagradecer.
Pues resultó que esa noche iba cargado el hombre y no encontraba su casa y se metió en la primera que pilló, que no fue otra que la de Pelos Largos y se introdujo dentro con tan buena suerte de encontrar una cama y allí se durmió tan contento.
Los de la partida nocturna del corrillo ya se despidieron, sin que ninguno se diera cuenta de lo acontecido, y, a los pocos segundos, se escucharon unos gritos angustiosos como si alguien estuviera siendo maltratada o algo así. Dos de los vecinos se acercaron inmediatamente a la puerta de la casa de Pelos Largos, apercibidos que de allí venían los espantosos gritos y entraron pues la puerta aún estaba abierta y allí se encontraron el espectáculo: Pelos Largos gritando como una loca al contemplar que en su cama había un hombre.
Entre todos, y digo todos, porque casi todo el barrio acudió a los gritos, calmaron a Pelos Largos y avisaron a la policía para que se hiciera cargo de El Iluminao.
Efectivamente, aparecieron las fuerzas de orden y se lo llevaron como pudieron al calabozo de momento, para ver si se recuperaba, aunque eso no fue así porque el hombre seguía durmiendo como un ceporro. La policía, ya pasado un rato y viendo que El Iluminao parecía que poco a poco ya se iba desprendiendo de los vapores de alcohol y, aunque era muy de noche, se acercaron a casa de su hermana, llamada la Piadosa por lo mucho que largaba siempre a todas horas y en todo momento.
Avisada la buena señora se presentó a la policía y comprobó que su hermano no estaba para hacer muchos desplazamientos, así que decidió si era posible que pasara la noche en el calabozo, porque pensó que era el mejor sitio para que se le pasara la borrachera que llevaba encima. El jefe de la policía decidió dejarle allí por esa noche y se dispuso a hacer el parte para que los firmara su hermana, explicándola lo que había ocurrido, y, mira por dónde, no se le ocurrió otra cosa que, al tratar de explicarle el asunto, decirla que su hermano se encontraba en la cama de Pelos Pargos, a lo que, ni corta ni perezosa, La Piados dijo: que no le extrañaba; que tal para cual; que menuda es la Pelos Largos; que si la conoce todo el pueblo y que ya hablaría con ella para decirla cuatro cosas. El jefe de policía le explicó que las cosas no eran así, pero La Piadosa no se lo creyó, diciendo que eso lo decía el Jefe para no sacar las cosas de quicio.
Bueno pues hasta ahí lo hechos, pero creyendo la policía que todo se quedaba finalizado, no fue exactamente así, porque al día siguiente fueron avisados que se estaba produciendo una pelea callejera entre dos mujeres. Cuando acudieron allí encontraron a la Pelos Largos y a La Piadosa tirándose de los pelos en plena calle y diciéndose de todo, no queriendo aquí detallar concretamente las palabras, pero no se quedaron cortas.
Y eso es todo, parece ser que después de todo el asunto quedó en agua de borrajas, pero no pudo evitarse que el pueblo llano imaginara seis o siete versiones de los hechos y, como se hace ahora, cada versión tenía su aspectos políticos, con la curiosidad de que como ambos, ella y él, no tuvieron familia, las narraciones de los acontecimientos solamente duraron unos veinte o treinta años aproximadamente y ya en el 2015, que es cuando me lo contaron, todavía perdura en la mente de algunos tomelloseros.
Me gustaría añadir que esta conversación la mantuvimos en una casa de campo con migas y carne, después de la comida con un grupo de agricultores amigos.