Este personaje se encuentra incluido en la narración que hace Cervantes en la segunda parte de El Quijote en los capítulos XX y XXI donde el tema central se sustenta en las conocidas y populares Bodas de Camacho, donde como todos sabemos debieron ser apoteósicas en cuanto al menú que preparó el rico Camacho para casarse con la joven Quiteria y donde Cervantes se extiende en extremo al presentar una boda con toda “pompa y boato”.
Pues bien, el rico Camacho prepara una boda porque quiere casarse con la joven Quiteria, pero ella está enamorada del pobre joven Basilio, personaje de nuestro artículo. Menos mal que al final, en esta ocasión, el final es feliz para los dos jóvenes.
El episodio comienza cuando don Quijote y Sancho piensan ir a la cueva de Montesinos y se encuentran por el camino a dos jóvenes que dicen ir a una boda y después de variada conversación les invitan a los dos a la boda a lo que don Quijote accede.
Y allí trascurren los dos capítulos y Cervantes apuesta por la victoria del amor conseguida a través de la estrategia y del ingenio. Los hechos resultan así:
Basilio, el pobre idea un ingenio antes de la boda, o mejor dicho, en el mismo momento de la boda, reclama el amor de Quiteria, pero como ve que no lo puede conseguir se clava ficticiamente la espada en el cuerpo y comienza a sangrar abundantemente y todo el mundo piensa que está a punto de morir y solicita que Quiteria le pida casarse con él y, como la situación es tan grave, pues se piensa que está a punto de morir, que accede a concederla al moribundo este último deseo y, una vez realizado el matrimonio, Basilio resulta ileso y no tiene ni un solo rasguño y todos se dan cuenta que ha sido una situación preconcebida por el propio Basilio y, como consecuencia, todo el mundo entra en furia por el engaño, intercediendo don Quijote, diciendo que hasta en las guerras se realizan estratagemas y que esta ha sido una victoria de la estrategia, a lo que el cura también comprende y hasta Camacho, el rico, arguye que más vale que Quiteria esté con el que ama, que no que se hubiera casado con ella estando enamorada de otro y permite que las celebraciones de la boda se celebre igualmente como estaba prevista, pero sin la presencia de los jóvenes que deciden volver a su pueblo y en ausencia también de don Quijote y Sancho.
En resumen, el meollo o el cuerpo de los dos capitulo son estos hechos, pero existen otras connotaciones en las que Cervantes hace hincapié soterradamente.
Uno de ellos es el triunfo del amor sobre la realidad económica.
Otro segundo aspecto es el de la posible infidelidad de un matrimonio no realizado por amor mutuo.
Expresiones
La forma de expresarse Sancho ante la ficticia agonía de Basilio.
“-Para estar tan herido este mancebo- dijo a este punto Sancho Panza -, mucho habla: háganle que se deje de requiebros y que atienda a su alma, que a mi parecer más la tiene en la lengua que en los dientes.”
La congoja que le quedó a Sancho por no poder compartir la comida tan estimulante:
“A solo Sancho se le escureció el alma, por verse imposibilitado de aguardar la espléndida comida y fiestas de Camacho, que duraron hasta la noche; y así, asendereado y triste, siguió a su señor, que con la cuadrilla de Basilio iba, y así se dejó atrás las ollas de Egipto, aunque las llevaba en el alma, cuya ya casi consumida y acabada espuma, que en el caldero llevaba, le representaba la gloria y la abundancia del bien que perdía; y así, congojado y pensativo, aunque sin hambre, sin apearse del rucio, siguió las huellas de Rocinante.”
No es menos brillante la forma en que describe Sancho la presencia de Quiteria vestida de novia, que desde luego es muy digna de leer e imaginar, aunque sea extenso el comentario:
“A buena fe que no viene vestida de labradora, sino de garrida palaciega. ¡Pardiez que según diviso, que las patenas que había de traer son ricos corales, y la palmilla verde de Cuenca es terciopelo de treinta pelos! ¡Y montas que la guarnición es de tiras de lienzo blanco! ¡Voto a mí que es de raso! Pues ¡tomadme las manos, adornadas con sortijas de azabache! No medre yo si no son anillos de oro, y muy de oro, y empedrados con pelras blancas como una cuajada, que cada una debe de valer un ojo de la cara. ¡Oh, hideputa, y qué cabellos, que, si no son postizos, no los he visto más luengos ni más rubios en toda mi vida! ¡No, sino ponedla tacha en el brío y en el talle, y no la comparéis a una palma que se mueve cargada de racimos de dátiles, que lo mesmo parecen los dijes que trae pendientes de los cabellos y de la garganta! Juro en mi ánima que ella es una chapada moza, y que puede pasar por los bancos de Flandes.”