Te diría que no te engañen,
que si, que la vida es bonita,
a veces, y otras duele,
que fingir es engañarse
que llorar no es ser débil.
Creen los majestuosos
-aquellos que negocian con el medio y la mentira-
que lo que guarda el alma
nunca pude desbordarse,
te diría, de nuevo, que no te engañen,
que sólo el éxito se consigue
entendiendo tus emociones
que el silencio duele,
que el fuego se apaga,
que el desorden se palpa.
Quizá, ante esta realidad donde
lo de menos es llorar, valga la pena
abrir la puerta, salir a la calle
y esforzarse en comprender
que no todo el mundo miente,
que existen los abrazos,
los diálogos y la sensación de extrañeza.
Y lo difícil es mostrar tu certeza de éxito
hacia el mundo, ser tan fuerte
como el agua de los charcos,
y a fin de cuentas,
tener que contar otras historias
para que el incendio se sofoque.
Salvo el crepúsculo y la aritmética,
nada ni nadie hará rendirme,
ahora que me despierto, veo tu cara triste
y nos queda toda la noche para consolarnos.