Una de las características que definen el paisaje manchego y que hace que para el viajero sea una contemplación desacostumbrada en comparación con otras zonas y regiones es, sin lugar a dudas, su monotonía, su inmensa llanura, donde se nota la ausencia de arbolado autóctono y, ¡cómo no!, la constante presencia de plantaciones de viñedo, que vienen acompañadas en determinadas zonas y parcelas por plantaciones de olivar y, en los últimos años, la presencia cada vez con mayor intensidad de almendros y pistachos y donde los cultivos intensivos no se producen, por no ser una zona de producción intensiva de hortalizas, si exceptuamos las explotaciones dedicadas a cultivo de melones y sandías.
La visión generalizada, y quizá la mas fotografiada y plasmada en cuadros pictóricos, es la clásica contemplación de un terreno homogéneo, donde aparecen diseminadas unas pequeñas casas de labor, con alguna especie de árbol para la sombra y la existencia de una castea donde se encuentra la instalación de un pozo de riego.
Pero, es precisamente esa vista del paisaje, lo que proporciona belleza a la llanura manchega, porque a pesar de la impresión de seriedad y monotonía, expande una imagen de libertad, de sensación de ánimo y de libre disposición del espacio y del tiempo, donde no existe aglomeración, espesura y densidad a la que estaos acostumbrados a vivir en los últimos años.
Nuestro paisaje permite soñar, es como si tuviéramos la sensación de salir de una situación de atosigamiento, encerrados y abriéramos una ventana y, al contemplar el paisaje nos sintiéramos libres, dueños de la imagen y de la impresión que el mundo nunca se acaba, porque, si a a ello unimos ese color de cielo especial, cuyo tono de color es imposible de definir, nos encontramos como si estuviéramos viviendo sin agobios, libres en el espacio y en nuestros pensamientos. El paisaje manchego da la sensación de libertad.
