Me desperté y abrí los dos ojos, o al menos eso creo, porque uno de ellos se quedó pegado. No supe si era el izquierdo o el derecho. Es muy difícil saber a estas horas de la mañana en qué postura te encuentras en la cama y ¡cuánto más! para calcular con exactitud la dirección de tus ojos.
No obstante, saqué las piernas de la cama y me puse en la postura “silla” con ambas manos apoyadas en el fuerte del mueble. La habitación estaba oscura, las persianas bajadas, las cortinas echadas y la puerta de la habitación totalmente cerrada; ningún ruido entorpecía la posibilidad de levantarme…¿o era una invitación para volverme a echar en la cama?
- Hay que desperezarse- me dije.
Intenté mirar el reloj de la mesilla apretando el botón de la iluminación, pero no funcionó.
- Empezamos bien-dije en voz baja para no despertar a mi mujer.
Encendí la luz de la mesilla y el resplandor obligó a despertarme el segundo ojo que aún tenía cerrado.
- ¡Las siete y media, qué madrugón! ¿ A qué hora me acosté anoche? Creí recordar que a las tres menos cuarto aproximadamente.
- Esta vida que llevo es peor que Hacienda, cuantas más pesetas intentas pagar, más debes. La diferencia está en cambiar los verbos por dormir.
- ¡Bravo! me levanté. No noté nada especial, si no fuera por el ronroneo de la garganta al respirar. ¡El puñetero tabaco! Respiré otra vez y el efecto fue el mismo.
Miré y divisé la ropa del día anterior y salí de la habitación, procurando hacer el menor ruido posible para no despertar a la señora esposa.
Cerré la puerta y me introduje en el servicio. Me observé en el espejo…¡Qué horror! con 45 años y tanto desastre: Ojeras, arrugas, feo y con una faz poco entusiasta.
- Esto se arregla con un buen lavado-pensé.
¡Afeitarme? No. Lo hice anoche en previsión de la falta de tiempo para hoy. Tengo que reconocer que es una aceptable costumbre, porque si no iría sin afeitar la mayoría de los días.
Me dispuse a lavarme los dientes, preparando cepillo y crema. Al intentar colocar ambas en posición de cepillarme, me di cuenta que tenía que abrir la boca ¿Todavía no lo había hecho? Procuré conseguirlo con lentitud y suavidad, pues en ese momento me pasó por la imaginación la posibilidad de que pudiera desencajarme la mandíbula al hacer un esfuerzo superior…lo conseguí, aunque creí percibir como si un ruido, como el que hace el gozne de una puerta se tratara. He oído comentar muchas veces que existen un gran número de personas que cantan letras mientras se lavan. Yo creo que mienten: ¡Cómo es posible cantar a las siete y veinte de la mañana, habiendo dormido cuatro horas y teniendo la mente y el cuerpo totalmente agarrotado ¡Será que cantan por no llorar, digo yo!
En fin, me lavo cara y manos, recojo y salgo del servicio.
Me dirijo al cuarto de estar y me coloco la camisa y los pantalones. Cuando acabo, dudo e intento pensar: ¿tengo que salir al campo ? ¿Pero estoy tonto? A la oficina, a la oficina.
Miré el reloj de nuevo: las ocho menos cuarto. Busco las llaves, el monedero, la cartera, la lupa, las llaves del coche. Encuentro tres de las cinco cosas en el sitio de siempre, pero la lupa y el monedero no están.
Echo un vistazo general y encuentro en el cenicero de cristal ambas cosas.
Me dirijo a la puerta de entrada, que debía ser la de salida en este caso, pero como solamente hay una, es lógico, darla un solo nombre. Asomé la cabeza en la habitación de los muchachos y, aunque la visibilidad no era muy buena, observé que al mayor le había desaparecido la sábanas y la almohada y el pequeño se encontraba abrazado a la almohada y totalmente tapado con la sábana. Me pregunté: ¿será que uno habrá nacido en invierno y otro en verano? Pues sí, uno en enero y el otro en junio. Pues será eso.
Ya en la calle, caminando me dirijo para sacar el coche del garaje. Como siempre observo un gran bullicio en los 200 metros próximos, producido por unas vecinas madrugadoras regando y barriendo su parte proporcional de fachada. Hay que reconocer que es un pueblo muy limpio e intento recordar siempre que había sido así, o es que acaso la ”Mariana” había podido provocar ese cambio.
Abro la puerta del garaje y me introduzco en el coche. Lo arranco, con las llaves ¡claro!, e intento colocar la marcha atrás. Imposible a la primera. Estos coches necesitan un manual de instrucciones específicos de esta velocidad.
No hay mucho movimiento circulatorio en las calles, pero se intuye una progresiva actividad en el pueblo, algo así como el ascenso del agua de un pozo cuando se pone en marcha el motor y, cuando llegó a la Plaza, el movimiento se acrecienta con los transeúntes y vehículos entremezclados todos con una agilidad “al ralentí” propio de esas horas.
Dan las ocho en el carrillón del Ayuntamiento. Buena hora, llego temprano, siempre va retrasado, lo cual da al pueblo la sensación de llegar pronto a todas partes; estos del Ayuntamiento piensan en todo ¡Qué listos son! De todas maneras, es mejor que lo reparen.
Desciendo del coche. Bueno, ya llego al trabajo, abro la puerta y entro en la oficina y me dirijo al despacho. Saludo a los compañeros presentes a la entrada y a los ausentes cuando llegan.
Al poco rato: -Bueno, voy a desayunar un momento, enseguida vuelvo-explico a mis compañeros.
La verdad es que no me apetece, pero a mi estómago es posible que le favorezca.
Entro en el bar y, tras los saludos de rigor, me traen lo de siempre: una tostada con mermelada y un vaso de agua con cuatro cucharadas de leche desnatada en polvo: ¡vaya manjar! Se acabaron los buenos tiempos de los huevos con jamón, ¡qué tiempos aquellos!
Abono el importe e introduzco dos monedas de 25 pesetas en la tragaperras. Un nombre muy correcto para estas máquinas, que son solamente para listos, lo cual demuestra que listos hay muy pocos. Algunas veces me he preguntado si los fabricantes de estas máquinas han jugado en alguna ocasión. Por cierto, observo al abuelete que ha cambiado mil pesetas y que se lo estaba gastando en la dichosa máquina. Pienso, y me doy cuenta, de que es día dos y además martes. El dinero del jubilado regresa a Hacienda. ¡Hacienda somos todos!
¿Cómo tendré la mente que no me he preocupado de saber en el día que vio y en las fechas que estoy ? Bueno, al curro.
Voy a la oficina. Antes de entrar miro el reloj. Las diez y media.
- ¡Ya estoy aquí!- exclamo.
Entro en el despacho y distribuyo la vista por encima de la mesa. A vista de pájaro no consigo descubrir nada más que quince centímetros cuadrados de tablero, el resto está tapado con papeles ¡Dios mío! ¡Siempre igual!
Bueno, manos a la obra, comencemos la jornada laboral efectiva.
CURIOSIDADES LOCALES
En este nuestro pueblo, todo es un tanto especial.
Una costumbre habitual es dirigirse al tablón de la funeraria a primeras horas de la mañana para ver los fallecidos.
Coincide que el mencionado tablón lo colocan en un muro exterior muy bien ubicado para permitir que los ciudadanos puedan recoger la información con facilidad y se producen los acostumbrados comentarios tan típicos de los que acuden a conocer el día a día del pueblo. Como es natural la asistencia al tablón es muy variopinta, así como los comentarios sociales que se producen de forma natural.
Acuden personas muy diversas, desde camareros, oficinistas, banqueros- que son los que trabajan en los bancos- por mucho que se empeñe la Real Academia de la Lengua-, mecánicos, pintores, maestros, jubilados más generalmente y las clásicas e increíbles gentes que entran a trabajar a las 7,30 para según el dicho popular “bacinear más tiempo”.
Muchos son los comentarios que podría hacer, pero he elegido algunas que pueden demostrar la idiosincrasia de estas personas que he mencionado como de una aventura humana.
- ¿Quién ha caído hoy?- pregunta el asiduo.
- El padre de los ”cogotas”, “el Calocho”-responde un señor de edad.
- “¿El Calocho? ¿El de la tienda de tejidos de la calle San Eleuterio?-dijo un segundo visitante.
- ¡No!-responde el primero- Ese es su hermano, el otro tiene las viñas por Juan Bueno, ¡hombre!, el que está casao con la muchacha de Emilio “el esquilao”.
- ¿El de la tía Juana?-pregunta un tercero que merodeaba por allí, sin apearse de la bicicleta y sin soltar el cigarro de la boca.
- ¡Que no! Esa es su prima, la del ”castizo”-exclamó el primero, continuando leyendo la edad y los familiares del difunto.
- Buena persona sí que era, a mí en una ocasión me hizo un favor y aún no me ha pedido que se los devuelva ¡El mejor del pueblo!
- ¡Otro que ya no fuma!- exclama un transeúnte al paso, mientras echa una ojeada de reojo a la tablilla.
- ¿Estás tú ahí?- pregunta un muchacho joven al acercarse, mientras da una palmada en el hombre de otro espectador que debía ser un amigo suyo.
- ¿Quién se ha muerto?-pregunta un hombre, al que acompañaba su mujer, que a pesar de mirar mucho no parecía lograr leer la cartela.
- Julio Lucas Cimbélez, de la calle La Tortura, 24, de 68 años de edad-le va deletreando su esposa en voz alta y con decisión.
- Ya vamos quedando pocos Julios- dijo el marido.-¡Vámonos! Ya vendremos mañana por si estamos en la lista.
- Pues dicen que su mujer tampoco estaba muy bien de salud-dijo un nuevo lector-y los hijos no le atendían debidamente.
- ¡Qué malo es llegar a ser viejo!-comenta un anciano con garrota en la mano izquierda y el cuerpo algo curvado.
- ¡Andá!, ¡si el muerto vive en mi calle!- expresa un nuevo asistente, echándose las manos a la cabeza-dice una señora menuda pero alta. Tendré que ir a dar la cabezada.
- Y MÁS -