En los años sesenta el vivir en las afueras del centro de Madrid era una verdadera peripecia porque el metro quedaba muy lejos y los únicos medios de transporte eran el autobús de viajeros y en mi caso en el tranvía de trole, así llamado, porque tenía un largo vástago de hierro que enlazaba con una línea de cables eléctricos que producían la energía para la circulación.
Todos los tranvías tenían una especie de barra de hierro el parte inferior del tranvía, que servía para evitar golpes, llamados para choques, en la parte anterior y posterior del vehículo.
En muchas ocasiones el volumen de personal que accedía a estos tranvías era enorme y había muchos trucos para viajar gratis, que la gente más joven solían utilizar.
En todos los tranvías había un conductor y un revisor que era el que cobraba el dinero o los tickes.
A las horas de la salida o entrada a los trabajos era imposible encontrar hueco en el interior del tranvía y se necesitaba mucho tiempo para esperar al siguiente, por lo que había que idear un sistema económico y práctico.
Como a ambos lados de los costados del tranvía existían ventanas, era normal que muchos se agarraban a los intersticios de las mismas para no pagar el viaje y llagar a su destino y , aunque en cada parada el revisor advertía que deberían bajarse, ningún revisor era tan valiente como para enfrentarse a la multitud que existía en ambos laterales.
Otro sistema era sentarse en el parachoques trasero y hacer el recorrido. Había algunos que daban imaginación y aportaban unos cojinillos caseros, seguramente realizados en casa por sus madres o abuelas, porque el contacto con la lámina de hierro era insoportable y si iban de pie el revisor te veía y en cualquier parada se bajaba y tenías que salir corriendo.
Otros expertos aguardaban en lugares especiales y, cuando pasaba el tranvía, tiraban de la cuerda y el trole se descolgaba, por lo que el revisor tenía que bajar y volver a colocarlo, momento inmediato que se salía del escondite o refugio y aprovechabas para colocarte en el parachoques.
Ahora, el más original era mi amigo Francisquito, que, por las noches, de regreso a su casa después del trabajo, quedaba con su amigo Eusebio, que trabajaba en una pastelería, que todos los días traía unos manjares pasteleros dignos de comer y que los hacían degustar precisamente en el parachoques del tranvía. ¡Qué envidia!
CONCLUSIONES
… Eran los tiempos de los años 60-70, puesto que estos tranvías desaparecieron en el año 1972.
… El espectáculo era impresionante cuando los tranvías iban repletos, pues solamente se podía divisar el famoso “trole”.
… Aunque no era frecuente siempre había algún malandrín que paraba los tranvías tirando de la cuerda del trole para desengancharlo de los cables.