El paso del invierno a la primavera conlleva una serie de transformaciones en el entorno y en el organismo. El aumento de la temperatura y de las horas de luz afecta no solo al medio ambiente, sino también a los ritmos biológicos, lo que genera variaciones en el estado de ánimo, el nivel de energía y la calidad del sueño.
“Los cambios estacionales inducen en el organismo una serie de ajustes fisiológicos que afectan la regulación de los ritmos circadianos. Con más horas de luz, el cuerpo tarda más en producir melatonina, la hormona responsable del sueño, lo que puede provocar dificultades para dormir y cambios en los niveles de energía durante el día. Además, el cambio de hábitos y rutinas que suele acompañar a esta estación puede generar estrés o una sensación de desajuste en algunas personas”, explica Delia García Moratilla, psicóloga de Blua de Sanitas.
En cualquier caso, la astenia primaveral suele ser un trastorno transitorio que desaparece por sí solo en una o dos semanas, dependiendo de cada persona. Sin embargo, en individuos con patologías previas, como la alergia al polen, los síntomas pueden agravarse y hacer que la adaptación a la nueva estación sea más difícil.
«Durante la primavera, el aumento de la concentración de polen en el ambiente puede desencadenar reacciones alérgicas en muchas personas, lo que agrava la sensación de fatiga, irritabilidad y dificultad para concentrarse. Para minimizar el impacto de las alergias, es recomendable evitar la exposición prolongada al aire libre en días de alta concentración de polen y ventilar la casa en las primeras horas de la mañana”, señala por su parte Gabriel Sosa, jefe de servicio de Alergólogia del Hospital Universitario Virgen del Mar de Sanitas.
No existe un tratamiento específico para aliviar los síntomas del cambio estacional, pero sí hay estrategias que ayudan a facilitar la adaptación del organismo, minimizando sus efectos mediante la adopción de ciertas medidas:
- Anticiparse al cambio horario: antes del ajuste oficial del horario en primavera, es recomendable adaptar gradualmente la rutina diaria. Adelantar en pequeños intervalos los horarios de sueño y comidas ayuda al organismo a asimilar la transición de manera progresiva.
- Realizar ejercicio físico moderado: la actividad física regular favorece la adaptación del cuerpo al cambio estacional, alivia el estrés y contribuye a mejorar la calidad del sueño. Optar por ejercicios al aire libre también permite aprovechar los beneficios de la luz solar.
- Cuidar la alimentación y mantener una hidratación adecuada: durante la primavera, el cuerpo requiere menos alimentos hipercalóricos. Se recomienda una dieta rica en frutas y verduras frescas, que aportan vitaminas y minerales esenciales para mantener la energía y reforzar el sistema inmunológico. Por otro lado, con el aumento de la temperatura, el organismo suda más y necesita una mayor ingesta de líquidos.
- Respetar las rutinas del sueño: para contrarrestar la alteración en la producción de melatonina y asegurar un descanso reparador, es recomendable cenar al menos una hora y media antes de acostarse, mantener el dormitorio en condiciones óptimas para dormir y reservar la cama solo para el descanso.
- No tomar suplementos en exceso: muchas personas recurren a los complejos vitamínicos como solución a la fatiga primaveral, pero si se mantiene una dieta equilibrada, el cuerpo obtiene los nutrientes necesarios de forma natural. Tomar suplementos sin indicación médica puede generar un exceso de ciertas vitaminas, lo que podría afectar la salud.
“Si los síntomas afectan significativamente la vida diaria, se recomienda buscar apoyo profesional, ya sea presencialmente o por videoconsulta. Un experto puede evaluar cada caso particular y ofrecer estrategias para mitigar el impacto del cambio estacional. Esto incluye pautas para mejorar la higiene del sueño, recomendaciones nutricionales o técnicas de manejo del estrés”, concluye la psicóloga de Sanitas.