Este artículo trata de la aventura que supuso para sus deportistas el mantenerse físicamente en forma,
La anécdota y vivencia, como queramos llamarlo, surgió de un grupo de padres de un Colegio de nuestra ciudad que no me importa decirlo: concretamente del Colegio Carmelo Cortés.
(Me van a permitir que utilice la nomenclatura y terminología de aquel entonces, pues estamos hablando de los años 1976 hasta aproximadamente el 1985.
Esta cuadrilla de padres que formaban parte de la APA (Asociación de Padres de alumnos), tomó la iniciativa de crear un equipo de fútbol sala, que en aquel entonces era un deporte que ya se había iniciado con bastante éxito, con personas ya jóvenes, pero de unos treinta años encima.
El equipo inició sus actividades en el actual Pabellón Polideportivo Municipal “San Antonio” de la Avenida de Príncipe Alfonso en espacio cerrado, llegando a conseguir algún título competitivo durante los torneos que se debatían entre varios equipos de aquella época.
Sin ser grandes deportistas, a base de nervio y ganas, la verdad es que no lo hacíamos mal, pues siempre teníamos alguna figura destacada en nuestra plantilla y los primeros años nos fue casi bien.
No obstante, como sucede en esta clase de personas, todas ellas trabajadoras, no disponíamos de tiempo suficiente para los entrenamientos y los partidos los celebrábamos “a pelo”, sin calentamiento previo.
Dentro del grupo nos apareció un compañero que decidió ser nuestro manager o entrenador, que, más que un organizador del juego y de la colocación de los jugadores del equipo, era un mandón-con todo el cariño del mundo-, que no hacía nada más que dar órdenes sin sentido y que, aunque en un principio le obedecíamos, terminamos escuchándole sin más.
A lo largo de las breves campañas llegó un momento en que los equipos rivales se fueron surtiendo de jugadores con experiencia que regresaban de equipos de competición, con lo que, por su experiencia, las dificultades de marcaje, de velocidad y de sabernos ubicar, nos comenzó a fallar.
Podemos comentar algunas anécdotas como la de una bronca que el entrenador provocó a uno de los compañeros cuando le dijo:
– Pero, ¡cuando aprenderás a marcar! ¿es que no le has visto que se te ha escapado?
El jugador amonestado le contestó: Pero… ¿es que ha pasado?
En otra ocasión un contrincante me dio una patada en el pie y le aconsejé que no lo volviera a hacer, pues me había hecho daño; a lo que me contestó: No pongas el pie donde no debes.
Otra anécdota se produjo cuando uno de los compañeros que actuaba de defensa, tenía la costumbre de echar el balón hacia la delantera cuando todos estábamos retrasados y decía el muy malandrín: Ahí va eso. ¡A correr! Pero si no había espacio, y menos para personas de más de 30 años, aunque técnicamente era correcto.
Otra anécdota curiosa se produjo cuando el jugador que llevaba el balón lo pasó a un espacio no ocupado por nadie, a lo que el delantero le dijo: ¡Pero no me ves que estoy solo y desmarcado! y el que tenía que haberle dado el pase le contestó: Yo también estoy solo y no digo nada.
En estas situaciones nos veíamos en la necesidad de cambiar de fichajes, pero no era posible, porque no teníamos más candidatos, aunque se le ofreciera de prima una cerveza más después del partido.
Sinceramente, hemos de reconocer que el motivo de las celebraciones de estos partidos y nuestra participación estaban respaldadas por valiosos motivos dignos de mencionar:
Primero.- La loable prudencia de realizar algún deporte que nos mantuviera en forma.
Segundo.- El buen compañerismo que existía en la Asociación del Colegio de los padres y la buena amistad entre las familias que participábamos, además del deporte, pues también existía a nivel de convivencia familiar.
Tercero.- Sentirnos orgullosos de representar al Colegio de nuestros hijos, pues, no en balde, el Carmelo Cortés ha sido en aquella época y sigue siendo, a la chita callando, uno de los centros educativos que mayores iniciativas han tenido en aquellos 10 o 15 años.
Cuarto.- El aliciente y acicate que nos proporcionaba el sentirnos orgulloso de haber participado personalmente por haber luchado y prestado esfuerzo al equipo de fútbol sala.
Quinto. – La buena camaradería que manteníamos a nivel deportivo, avalada y avispada por las cervezas que nos tomábamos después de los partidos, donde era un disfrute echarnos a la espalda los éxitos que teníamos en los partidos, aunque había ocasiones que, cuando perdíamos, las dosis de cerveza eran mayores, por calmar la irritación que pendía de nuestras cabezas por haber sido derrotados.
Sexto.- El sentir el orgullo de la victoria cuando especialmente habíamos conseguido derrotar algún equipo, al que teníamos cierta manía y demostrábamos nuestra venganza con sendos gritos de victoria y dosis de cerveza fresca.
En definitiva, cosas de la vida deportiva.
Ángel Bernao