Ayer hablaba del abandono de los más frágiles, de un joven con parálisis cerebral humillado en un instituto de Santander, golpeado por la crueldad de sus compañeros y traicionado por un sistema que no lo protege. Hoy, 30 de enero, en el Día Escolar de la Paz y la No Violencia, la herida se hace aún más profunda. Este día, que conmemora el legado de Mahatma Gandhi, nos pide reflexión, pero también acción. Y yo pregunto: ¿dónde está la paz para ese chico? ¿Dónde está la no violencia cuando 220.000 estudiantes en España sufren acoso cada año, y el 80% de los alumnos con discapacidad cargan con un peso que no merecen?
La inclusión sigue siendo una palabra bonita mientras las aulas se convierten en campos de batalla. El caso de Santander no es una excepción, es un espejo: agresores expulsados cinco días —un castigo que no educa—, un vídeo viral que destroza una vida, y una víctima que sigue atrapada en el mismo infierno. Las redes sociales amplifican la violencia, y los «me gusta» se convierten en puñales. ¿Paz? No la hay cuando el débil paga el precio de la indiferencia.
Hoy deberíamos celebrar la no violencia, pero en cambio enfrentamos una epidemia. Los centros educativos carecen de psicólogos, pedagogos, educadores sociales y mediadores. Sin ojos que vean ni manos que actúen, las señales de auxilio se pierden. Las leyes, tibias, atan las manos: los agresores vuelven, la víctima tiembla. La familia pide que trasladen a los culpables, no a él. ¿Por qué siempre el vulnerable es el castigado?
Este Día Escolar de la Paz y la No Violencia no puede ser solo pancartas y discursos. Es un recordatorio de nuestra deuda con los olvidados. He visto promesas vacías y leyes que se quedan en papel. Exijo, como llevo haciendo más de 50 años, educación en valores desde la cuna, protocolos que protejan a las víctimas y castiguen con sentido, y recursos humanos en cada aula. La paz no es un lujo, es un derecho. Y mientras un solo niño tema cruzar la puerta del colegio, no habrá paz que celebrar.
La sociedad despertó en Santander: cientos protestaron por ese joven, clamando justicia. Pero los dirigentes, ¿dónde están? El abandono de los vulnerables es un fracaso moral que nos señala a todos. No basta con condenar el acoso; hay que arrancarlo de raíz. Hoy, honremos a Gandhi no con palabras, sino con hechos: que ningún niño sufra en silencio, que ninguna madre llore impotente, que ninguna diferencia sea un motivo para el dolor. La inclusión no es negociable. La paz, tampoco. Actuemos, ya.