Fue allá por el año 1968… En la aldea eran tiempos de lloros, de anhelos imposibles y de paisajes y vidas, honradamente, interiores…“Circunstancias de la vida”, exclamaba el vecindario, piadosamente, en un sempiterno amén…; frunciendo el ceño, con las facciones cargadas de resignación, esperanza, impetraciones, recuerdos y angustias.
Se conservan intactos en los declives de mi vida—“doliéndome”—, aquellos tiempos de penurias y “sueño” en un lejano territorio extranjero… Hay en mí, como un error de mi existencia de aquellos tiempos, cuando “por circunstancias de la vida”, me fui de de los claros de luna, en el “Puente del Caño” y en las eras a orillas de la laguna; de los rastros de los pies en las callejuelas y montes nevados; de los susurros de la noche, como fugados de otros mundos y del rumorear de los jornaleros, que iban y venían en una vida de íntimas fatigas, con muchos “surcos” en sus caras por el sol, el frío, la tierra en los ojos y la miseria. Y duéleme, como dolerme debe, la despedida, nada física, de una madre, bajo la “orquesta” de un manto de estrellas; con los ojos enrojecidos y llorosos, hablando con su dios en un oscuro precipicio…; con suspiros de fe y eternidad… Partí, “ligero de equipaje”, en un tren que marchaba trepidante, un día de lágrimas y en un tiempo sin tiempo… Entre los ropajes de burdo estambre, un libro de Mika Waltari, comprado no recuerdo cómo, dónde ni cuándo… En él leía: “A los que no tienen nada, se les roba hasta la miseria…”. En un remoto y sorpresivo país, la vitalidad esculpida en el lienzo de la vida, se emborronaba por momentos… Tenía ansias de, volver, leer, escribir…; saber… Pero… (¿…?).
Cuando ahorré unas pesetas; medio adaptado a mi destino, de vuelta al, “embrujado”, centro de gravedad, con su inalterado manto de estrellas;—lo “otro se empezaba a devorar sin tregua— donde mi vida había adquirido su primitivo, justo o injusto relieve, adquirí varios ejemplares, que me parecían tesoros de otros mundos…; cuyos contenidos, desarrollaban diferentes asuntos culturales y científicos… En uno de los libros que compré había explicaciones científicas, basadas en la experimentación, persiguiendo “diagnósticos” coherentes respecto del sorprendente mundo y universo que nos envuelven… También descripciones sobre las fuerzas vitales de los seres vivos; poniendo como ejemplos el de un niño paralizado, que había logrado dar unos pasos, apoyándose en una silla para obtener un premio. Y el llamativo caso del “gatito 1921”; que, al nacer, llevaba marcado sobre el pelaje del pecho el número 1921; que a mí me parecía una farsa, aunque una revista científica francesa, en 1932, había investigado sobre el interesante asunto y lo daba como un suceso innegable e ininteligible.
Resulta que, allá por el año 1930, un panadero de Niza tenía una gata que dio a luz una camada de mininos, entre los cuales, uno de ellos, “de pelo gris oscuro, sobre fondo claro”, tenía marcado sobre el pecho el número 1921, y encima tres puntos. Tras las consiguientes averiguaciones, se supo que la madre, próximo el alumbramiento, tratando de atrapar un ratón, que se había escondido en un saco de harina, esperó horas y horas con la vista fija en el talego; en el cual estaba estampado el número 1921, con los tres signos… El narrador de los hechos, argumentaba que el estado de ansiedad de la madre, esperando la salida del roedor, habría contribuido a grabar en su mente, el número impreso en el saco. Número que, a través de un misterioso proceso, se habría reproducido en el pelo de la cría. De cualquier modo que fuera el hecho, —añadía el cronista—, “parece probado que, impresiones fuertes recibidas por la madre, en el periodo de gestación, pueden provocar modificaciones en los hijos que deben nacer…”.
Yo me preguntaba, entonces, sobre la vida de los seres humanos y de los animales, sobre si vivían y morían sin pensamiento… Y qué sucedía con el pensamiento, cuando alguien moría… Me preguntaba sobre los fines supremos de la vida y sobre la mecánica de la construcción de aquel “manto de estrellas”, sobre la aldea, que era lo único que no había cambiado, en mis años de ausencia…
Las diversas ramas de la ciencia, no cesan en la búsqueda de una explicación objetiva del mundo viviente que nos rodea… A medida que avanzan los descubrimientos, surgen más y más interrogantes sobre los mecanismos y naturaleza cíclica, que “hacen” y “deshacen” la vida…
En esa enorme “NAVE ESPACIAL”, que es el planeta Tierra, viajan todas las formas de vida que conocemos y las que suponemos que están ahí, desde el origen de los tiempos… También “viajan” ahí los arcanos más “hondos”, del mecanismo que transforma la vida y la ficción colorida de multitud de enigmas de la existencia, de cada forma de vida que fue y será… Ahí una de las máximas del naturalista y médico danés Nicolás Steno: “Hermoso es lo que vemos, hermoso lo que sabemos, pero más hermoso aún es lo que no podemos concebir”. También va a bordo de la gran “NAVE”; el misterioso cortejo ininterrumpido de la existencia, en el que aquella gata de un panadero de Niza, inmersa en una metafísica y desconocida “dimensión”, marcó, en uno de sus vástagos, un hálito indefinible que, incomprensiblemente, ya “residiría”, en los mecanismos de la “comitiva” de la vida, por alguna predeterminada e inconcebible “norma” o “fórmula” universal…
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Ítem, días atrás, un ciudadano foráneo nos saludaba, dándose a conocer, con modales y palabras amables; como asiduo lector de “Cavilaciones en Ruidera”, en los medios de comunicación digitales. ¡Gracias! En el transcurso de la afable cháchara, tras varias indicaciones y reivindicaciones de los “valores humanos mayores, siempre muy escasos…”; nos preguntaba por varios libros que deseaba adquirir. En conversación descansada, con alguna connotación filosófica, le regalamos un ejemplar, cuyo contenido nos obligó, hace años a “retirarlo del mercado…”; evitando con ello enfrentamientos desagradables y violentos. El volumen gratuito, lo agarró con presura, pero cuando le hablamos de otros tomos que están a la venta, se ralentizó el apresuramiento… No fue desilusión, ni nos llevamos ningún chasco, porque no esperábamos nada… Algo pidió compasión en nosotros, no obstante, aflorando un inmediato instinto; reparando en el sórdido comportamiento de ciertos individuos… ¡Ojo! Se pone en riesgo la inteligencia —suena mal, lo sé—, cuando regalamos un libro, de los que no derraman hastío, a alguien que no se lo merece…; a alguien que no hace un mínimo gesto de honestidad, leyendo algunos de sus párrafos…; sólo lo hojea y ojea…
Salvador Jiménez Ramírez