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lunes, marzo 3, 2025
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La importancia de las decisiones

Suelo ser cuidadoso con los libros y, por eso, procuro no arrugar las páginas, no escribir sobre ellos, ni marcar palabras u oraciones. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, en algunos ejemplares que van a formar parte de mi pequeña biblioteca, me he animado a subrayar vocablos que me resultan extraños y frases que, sin llegar a ser lapidarias, me invitan a la reflexión.

Me viene a la memoria una novela de Paolo Giordano que leímos en el club de lectura. Me refiero a «La soledad de los números primos». Y aunque ya no recuerdo claramente el argumento, hay una sentencia tan acertada y concluyente que no pude señalar, ni hizo falta, porque quedó grabada en mi memoria.

Y así, sobre Mattia, que es uno de los protagonistas, casi al final, el texto dice: «Sí, lo había aprendido. Las decisiones se toman en unos segundos y se pagan el resto de la vida». Evidentemente, del acierto o del error dependen las trayectorias vitales de las personas en mayor o menor grado.

Como cualquiera, Ramiro fue eligiendo juegos, amigos, estudios y otras cuestiones relacionadas con la convivencia. Pero él está convencido de que la primera decisión importante que tomó fue durante la adolescencia.

Aunque no lo meditó demasiado, tampoco fue un arrebato. Así que, después de aquel verano, renunció a matricularse para un nuevo curso y abandonó los estudios. Pese a que era una apuesta arriesgada, en algún momento entendió que, ante un incierto futuro, debía abandonar el pueblo e irse a la capital.

Muy pronto, o mucho más tarde, tuvo conciencia de la enorme mochila que aquella determinación supuso pues, al poco tiempo, toda la familia siguió sus pasos. Ya en su época de colegial escuchaba a su madre decir a las vecinas: «Sepa Dios donde nos llevará este». Tardó mucho tiempo en entender las consecuencias de aquella frase y una  atadura de la que nunca logró desprenderse del todo.

Más tarde, otros nuevos destinos fueron impuestos por la época, y el servicio militar fue uno de ellos. Aquel soldado cruzó el Estrecho continuando una extravagante y caprichosa tradición, pues uno de sus abuelos combatió en tierras africanas, y el otro también estuvo destinado en aquella ciudad que, desde la cima del Monte Hacho, contempla la bahía de Algeciras.

Pasó el tiempo y llegó la madurez. Todavía recuerda la simple casualidad de bajarse en una parada de autobús en aquel polígono industrial; una iniciativa fruto del azar, que le supuso conseguir un empleo estable y duradero. En otras ocasiones, fue el empeño y no resignarse ante las contrariedades.

Pero, en su proceder habitual, siempre buscó el sosiego, tratando de evitar el riesgo y las emociones fuertes. A pesar de eso, comprende y asume que la vida supone recorrer diferentes caminos, buscar nuevos retos y atreverse a decidir. Ramiro piensa que alcanzar el éxito o la comodidad depende, en muchas ocasiones, de saber escoger, a veces por intuición o sopesando las circunstancias y dejando un mínimo margen a la suerte.

No obstante, en lo cotidiano y en cuanto a viajes, Ramiro reconoce tener una asignatura pendiente, porque siempre le ha costado un mundo elegir nuevos destinos. Él, que no es un tipo osado y que fácilmente se dejaba llevar, cuando se acercaban las vacaciones, lo pasaba mal. Por eso, una vez superada la época estival, respiraba aliviado.

Solo en un par de ocasiones viajó fuera del país, experiencias que quedaron grabadas en su memoria a la vez que le reafirmaron su miedo a volar. Será por eso que no comprende el turismo compulsivo y este empeño casi enfermizo de coleccionar postales de lugares exóticos. Y mucho menos entiende a sus coetáneos que han asumido esta conducta con naturalidad, tratando de generar envidias.

Viajar

En estos días de invierno, Ramiro se reponía, en casa de su hija, de una fastidiosa gripe que le estaba dejando agotado. En sus noches de fiebre y delirio, ella, sorprendida, le  escuchó relatar sobre un urgente viaje al pueblo, de comprar una casa con huerto y jardín, de criar gallinas y conejos. Era todo un batiburrillo de ideas campestres y románticas que no venían a cuento, pues él siempre se declaró un urbanita convencido. Además, ahora que se sentía vulnerable en cualquier conversación, reafirmaba que su lugar estaba allí, junto a sus hijos y nietos.

Era evidente que en algún momento del desvarío el subconsciente le había traicionado. En su entendimiento o raciocinio todavía quedaban posos de libertad, sueños e ideales que fue postergando durante su vida frente a un pragmatismo necesario y útil para sacar la familia adelante. Solamente el delirio podía revelar unas utopías que siempre trató de ocultar.

Destino

Ramiro, por edad, sabía perfectamente que ya no quedaba mucho tiempo para elegir o decidir otros destinos. El suyo, más pronto que tarde, estaba marcado. En el mejor de las casos, sería memoria para los suyos; y, en el peor, olvido.

El Globosonda: Texto para la Caja Negra de marzo del 2025.

Rafael Toledo Díaz

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