La soledad no avisa: se cuela en silencio y, cuando la notas, ya es crónica. No es solo el mayor esperando un timbre que no suena; también el joven perdido en pantallas vacías, con «seguidores» pero sin nadie que lo escuche. Nos acecha a todos. No es un drama lejano: es nuestro espejo si no actuamos ya.
Los números alarman: 9,5 millones de españoles —el 20%— la padecen (Barómetro 2024). El 25,5% son jóvenes de 16 a 29 años, atrapados en precariedad y relaciones digitales. El 11,5% son mayores de 60; en Madrid, uno de cada cuatro vive solo (INE 2023). La OMS lo tiene claro: la soledad mata como 15 cigarros al día. El 43% de quienes la sufren han pensado en quitarse la vida (Cruz Roja). Cuesta 6.101 millones anuales en salud —0,51% del PIB— (SoledadES). No podemos esperar más.
¿Por qué crece? Vivimos rápido, aislados por trabajos eternos, alquileres caros y una cultura del «sálvese quien pueda». Las redes sociales prometen conexión, pero el 33% de los jóvenes pasan más de tres horas diarias en ellas, y las relaciones reales se desvanecen. Los pueblos se vacían —1.489 en riesgo de extinción (INE)— y los mayores quedan atrás. El 67,7% de las personas solas llevan más de dos años así.
Las mujeres mayores sufren más: el 21,8% frente al 18% de los hombres (Barómetro 2024). Viven más, enviudan antes y cargan con el aislamiento. En la España vaciada, el 40% de los mayores rurales están solos, sin transporte ni vecinos.
No basta con lamentarse: necesitamos acción. Iniciativas como el “teléfono de la soledad” de UDP de Cuenca o “Rincones de Encuentro” —espacios para unir generaciones— cambian vidas. En Gijón, conectar jóvenes y mayores redujo la soledad un 35% en tres meses (Revista de Estudios Sociales, 2024). Imagina 500 círculos así en España: 50.000 personas menos solas por casi nada.
La soledad nos toca a todos. Hoy es un amigo; mañana, tú. Exijamos a los políticos medidas reales, no promesas. Pero no esperemos: una llamada, un café, una mano tendida empieza a tejer la red. Actuemos ya.
Ascensión Palomares
