Las pasadas lluvias de marzo han dejado agua en pantanos y terrenos sedientos de humedad y los cofrades han derramado lágrimas por no poder sacar las imágenes a recorrer las calles como se desea un año entero. Pero gracias a la lluvia han nacido flores silvestres y las siembras son de color verde brillante. Tanto tiempo esperando que cayera el agua del cielo y cuando nos ha mojado la queja de que podía haberse esperado se he escuchado con son casi de miserere.
Yo que espero ver llegar las golondrinas junto a los vencejos y aviones en este abril de hoy me sigo preguntando ¿por qué no nos lamentamos por esas causas que escuchamos a diario y apenas si nos hacen mella en nuestro ánimo? Desde este rincón pequeño donde escribo en paz escucho que las guerras actuales siguen su macabra obra de destrucción y muerte a diario y percibo que nos hemos acostumbrado porque no nos conciernen, porque nos pillan lejos y porque a pesar de nuestra fragilidad nos sentimos fuertes y seguros en nuestros pequeños reductos hogareños.
Creo que somos víctimas de nuestro propio ego en mitad de tanto dolor y corrupción colectiva ausente de moral y principios, permanentes en medio de la picaresca de guante blanco y baja estopa, que nos roban entre el riesgo de no saber qué ocurrirá en cada momento. Y tanto es así que nos hemos olvidado de lo que es dignidad en mitad de tanto adoctrinamiento inútil y perverso y en ese exceso de autoestima no podemos discernir la realidad en la que vivimos.
Todo son pretensiones y exigencias pero ocurre que muchos de nosotros y de nosotras, no respetamos lo público y al hacerlo olvidamos que es de nuestros impuestos donde salen servicios que mal cuidamos. Es por eso que me avergüenza como están los baños en hospitales y centros de salud de la Seguridad Social, asquerosamente sucios por los usuarios, las botellas, papeles y botes de cervezas y refrescos dejados tirados en calles ignorando la papelera que hay a pocos pasos, las señales dobladas por gamberradas y la falta de respeto en aceras al no ceder el paso a niños y ancianos, por citar algunas de las costumbres instaladas en el día a día de nuestras ciudades.
Nos olvidamos del ELA la esclerosis lateral amiotrófica y de las personas que la padecen sin recursos suficientes para ayudar a sobrellevarlo con dignidad, y no apoyamos masivamente esas reivindicaciones por sus familiares porque a nosotros no nos interesa. Nos olvidamos de la depresiones tan padecidas por tantas personas en medio de esa soledad del alma tan difícil de curar…Y cuando llegamos a un hospital y nos dan cita para meses nos aguantamos, incluso cuando la salud hace aguas por todos los huesos de nuestro cuerpo sin ignorar que es injusto y perjudicial.
Si, nos hemos acostumbrado a que se insulte y agrede a médicos y educadores, a que nuestros derechos de ciudadanos no importen en la medida que deberían importar a la hora de no sancionar a reincidentes en atracos en la calle, asaltando viviendas, robando en propiedades rurales, abriendo furgonetas de pequeños autónomos…Hasta nos hemos acostumbrado a no confiar en muchos de nuestros políticos porque no les importamos, salvo el día de las votaciones en las que con nuestro voto depositamos en ellos y en ellas, nuestra confianza. Confianza defraudada al carecer de la conciencia que deberían tener por ser nuestros representantes a lo largo de la legislatura.
A veces percibo la pobreza de humanidad y falsedad taponando el silencio, de los que en la parcela del corazón, siguen sembrando amor y esperanza, que siento temor de que olvidemos nuestra frágil osamenta presente en esas cosultas de hospitales, donde a pesar de la luminosidad de abril somos pequeños cuerpos mendigando ayuda.
Natividad Cepeda